jueves, 14 de abril de 2011

Competencia Física, Moral e Intelectual

COMPETENCIA FÍSICA.


Muchas veces, algunos profesionales fracasan en sus respectivas profesiones porque son físicamente incapaces, no tienen la aptitud necesaria para llevar sus labores profesionales a un feliz término.
El principio de la competencia física es la Higiene Mental y Física.
La Higiene Mental se referirá al conjunto de disposiciones necesarias para aceptar el propio trabajo y gozar del mis­mo, mientras que la Higiene Física se refiere al mantenimiento de la capacidad física para desempeñar a cabalidad un trabajo.





COMPETENCIA MORAL.


La competencia moral se refiere a la necesidad que el profesional tiene de referirse a un bien, al bien; esa necesidad se refleja en la vida según la virtud, en la vida virtuosa, la cual se manifiesta en el sentimiento de rechazo a todo lo que aparezca como oscuro, injusto o dudoso, a la vez que en la conciencia de la dignidad de la profesión.
Aquiles Menéndez distingue dos virtudes profesionales: la justicia y la caridad. La primera se vuelve un imperativo para el profesional, en la medida en que es depositario de un bien social (de cultura) del que debe dar cuenta a la sociedad en que vive.
La segunda, se refiere a la necesidad de que el profesional se dedique a un servicio desinteresado de todos los demás miembros de su sociedad, aunque, en un sentido de justicia, no esté obligado a ello.




COMPETENCIA INTELECTUAL.




Se puede definir la competencia inte­lectual como la "posesión de la ciencia y la sabiduría" que todo profesional debe tener.
En este caso, es necesario precisar que la posesión absoluta de la ciencia y la sabiduría no es posible, pues la dinámica misma del conocimiento hace que éste se incremente constantemente.
Dice Aquiles Menéndez que la competencia intelectual debe comprenderse en dos momentos: como competencia técnica y como competencia humanística.
En el primer caso, se trata de un conocimiento teórico y sistemático de las ciencias que se refieren a la profesión, al mismo tiempo que la capacidad de aplicar esos conocimientos a los problemas que se le presentan en su vida profesional; se trata, en rigor, de armonizar la ciencia y la experiencia.
En el segundo caso, se insiste en la necesidad del profesional de mantenerse con una dimensión humana abierta a los demás y al deber, con una dimensión abierta a la experiencia estética y a la solida­ridad con el mundo y con los demás, con el fin de evitar que el profesional se con­vierta en una máquina eficaz, pero no humana.



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